Fusión de las operadoras de telefonía: buena para los accionistas, mala para los consumidores
La pasada semana, la compañía francesa Orange anunció una oferta para adquirir las acciones de Jazztel y fusionar así dos de los operadores de primer nivel que actúan en España. El mercado de las telecomunicaciones ha recorrido ya el camino natural de cualquier liberalización. Del monopolio pasó a una explosión de la competencia y de ésta a eso que se denomina «consolidación», proceso en el que los más débiles desaparecen y los grandes se hacen con una mayor cuota de mercado. En medio, normalmente, esa explosión de competencia genera una rabiosa bajada de precios que deriva también en unos resultados modestos para algunas empresas, cuando no desastrosos para aquellos que se ahogan en su intento de mantenerse a flote.
El resultado será doble. De un lado, los accionistas de las compañías que se mantengan en el mercado saldrán beneficiados porque mejorará previsiblemente el margen del negocio -los propietarios que han vendido tampoco han salido mal parados, precisamente- pero los consumidores saldrán perdiendo. Responde a una lógica de mercado: a mayor competencia, precios más bajos y cuando ésta se reduce, sucede justo lo contrario. Y si en alguna actividad se ha podido reflejar de forma clara que el aumento de la competencia fuerza una bajada de precios, ese es el caso de la telefonía. Dicen los expertos del sector que la subida de tarifas ya es un hecho en países en los que ese proceso de concentración de operadoras está muy avanzado, como sucede en el Reino Unido. Mal presagio.
La operación de Orange con Jazztel se une ahora a la que protagonizó hace meses Vodafone con Ono y es la antesala de alguna que surgirá en un futuro más o menos inmediato, con Yoigo como empresa absorbida. Al tiempo. La cifra de la oferta de Orange sobre la compañía que creó el argentino Martín Varsavsky es mareante y aparentemente enloquecida: 13 euros por acción, lo que supone pagar 3.334 millones de euros. Para comprender la dimensión baste decir que si el negocio de Jazztel se mantuviese inmutable, con los mismos márgenes de hoy, Orange tardaría 33 años en recuperar ese dinero por la vía del beneficio que consigue cada año la empresa que va a comprar. Injustificable, al menos aparentemente.
Así las cosas es lógico pensar que Orange espera un cambio en el panorama, que le permita reducir de forma significativa el tiempo necesario para obtener el retorno de la inversión e incluso una remuneración «aceptable». Y no todo va a llegar por la economía de escala propia de cualquier fusión -se ahorran costes al eliminar duplicidades, proceso que también deja damnificados en los trabajadores que pierden su empleo-, sino que el aumento de tarifas puede contribuir de forma decisiva a esa mejora de resultados.
El proceso en Euskadi
Dicen los ‘malpensantes’ que la reducción del número de operadores en un mercado no sólo aumenta los precios por la reducción de la competencia, sino porque crece también de forma exponencial la facilidad de alcanzar acuerdos entre los ofertantes para regular los precios. Por mucho que eso sea ilegal y perseguible de oficio, los acuerdos entre competidores son más habituales de lo que parece y por supuesto mucho más de lo que sería recomendable.
En el caso del País Vasco, Euskatel también desea protagonizar un proceso de concentración con la incorporación a la compañía de la asturiana Telecable y de la gallega R. Todo apunta a que han existido conversaciones, pero también que el precio que han pedido los propietarios de estas empresas se sitúa muy por encima de lo que Euskaltel está dispuesto a pagar. A diferencia de las anteriores -fusión de empresas que operan en el mismo mercado- la unión de estas tres empresas no contribuiría a un aumento de tarifas. Su mercado real, de ámbito geográfico regional, no choca. Es complementario. Esperar y ver.
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